El Origen del Bosque (The Origen of the Forest)
- Mauricio Jhonatan Clavijo del Carpio
- Nov 4, 2013
- 6 min read
Updated: Nov 14, 2019
Hubo un periodo en mi vida que fui influenciado por temas religiosos. Aquello se plasma en esta historia. En la actualidad soy ateo. Sin embargo, creo que de alguna forma temas como el amor y la soledad también se ven reflejados en el mismo, y me parece que en realidad esa era mi inspiración verdadera. Año 2013.

En un determinado lugar entre riscos y quebradas, en un sitio casi insignificante, a la ladera de una montaña, érase pues, un cactus. Su nombre era "Cacto" (buena forma de hacerle honor al nombre). Cacto era de buen porte, espaldas anchas y finos espinillos; el tiempo había hecho en él, una figura trascendental y melancólica, como un tótem en la cima de la colina. Sin embargo, tal ostentosidad no fue fácil para tal personaje. Verán, los cactus eran en realidad especies despreciables e inoportunas, bastaba tocarlas tan sólo un poco para causar mucho ardor y es por eso que las demás esbeltas y hermosas hierbas preferían mantenerse al margen de tan horrible y peligroso engendro.
Cuando ellos aparecían, como pequeños gajos verdes al ras del suelo, las trepadoras y los macizos de raíces gruesas se encargaban de hacerles la vida imposible hasta impedir su desarrollo, y que por último mueran. Cacto, con mucha suerte había logrado sobrevivir a las atrocidades de su comunidad, en medio de la violencia, la guerra y el mal puro, pudo él crecer, y aún para su sorpresa, aceptó su condición, su imposibilidad y su gran condena: vivir solo por siempre.
En su marginación, cierto día descubrió algo sorprendente. Un pequeño tallo, tan minúsculo como un milímetro se abría paso por sus pies, pero no tocaba las espinas, y no escapaba de su tiranía, mas al contrario, parecía que no temía a semejantes púas y con gran naturalidad dormía a lado suyo. Con el tiempo este tallito se convirtió en una joven y bella flor de quien "Lila" era su nombre. Ella era distinta a los demás, pues desde el comienzo, halló a Cacto como un gran héroe en quien podía encontrar sombra en los días de sol ardiente y refugio en los tiempos de tempestad. Ambos se tenían un gran cariño que iba en contra del paradigma de los demás arbustos, que con ojos inquisitivos, veían nada más que el afecto en sus estado más noble: en compasión y amor verdadero.
-¿Por qué esa cara amigo? -le dijo una vez Lila- ¡anda! ya no estés triste, mira qué bonita es la tarde...
-Todo es lindo y perfecto afuera, pero aquí sólo hay desesperación, angustia y ruina. -respondió Cacto.
-¿Por qué dices eso?
-Pues por este mismo hecho; de que eres lo mejor que me ha pasado y lo mejor que tengo, pero estoy vetado, no puedo abrazarte preciosa, te haría daño -inquirió Cacto.
Hubo un largo silencio, ambos comprendían perfectamente su situación; una pequeñísima gota de agua surcó por los ojos de Cacto, cual frágil rocío cae al amanecer, pero ésta era una lágrima; una lágrima desde lo más profundo de su ser. La amaba más que a nada y el hecho de tenerla tan cerca y a la vez tan lejos, lo fulminaba.
-Yo te amo tal como eres y aunque no te pueda tocar, siento tu abrazo en tu sombra, y tu calor en las noches heladas, ¿acaso eso no es suficiente? No necesito abrazarte porque yo vivo en ti -le explicó Lila.
-Eres...eres...lo más bello ¿sabes? -le respondió con un suspiro -contigo ya no me siento solo.
Respiró hondo y por primera vez, se sintió tranquilo y le pareció que las espinas se convertían en hermosas prendas y de brillantes colores que colmaban su esplendor en medio de la gran roca. El sol se puso en el poniente, y unos largos y dorados lienzos cubrieron con un beso a las albas nubes.
A lo lejos, el último trinar de las aves volviendo a sus hogares, y el último adiós de los picos nevados a los bellos matices del ocaso.
De repente, la pareja se vio hipnotizada con el paisaje, y aunque no los sintiesen, parecía que un abrazo los arropaba, y el cariño mutuo sin necesidad de palabras, lo era todo en la paz del atardecer. De lejos, sólo se vislumbraba una gran sombra recta como un mástil en la nada, y en su costado, una delicada y zigzagueante curva que tenía en la punta, la flor más bella del mundo.
Cuando llegó el seco invierno, todos los arbustos supieron que algo iba a cambiar por completo. Los días se acortaron, el viento comenzó a soplar con toda su furia y vino como una estampida desde quién sabe qué lugares del lejano oriente. Las aves y las mariposas dejaron de visitar el pequeño jardín; al parecer, todo el mundo huía de aquel desolado sitio. Los arbustos se veían como un pequeño oasis en medio del desierto, pero no resistirían tanto a la sequedad y a la violencia del Señor de la Última Estación.
Poco a poco, comenzando desde los más jóvenes, las plantas fueron muriendo. Primero se secaron, y lo que alguna vez fue verde ahora era sólo un sepia que se camuflaba con el infierno de su entorno. Hubo llanto y terrible congoja, las madres lloraban por sus pequeños retoños que yacían desplomados y sin vida en el gélido y árido suelo. Algunos se retorcían en un impulso antes de desfallecer, y por último, como si hubieran cargado todo el peso del orbe, decaían y se agachaban totalmente exhaustos en esa lucha por sobrevivir.
Lo que la pareja veía era un jardín marchito que agonizaba con cada segundo que pasaba. Incluso los más fuertes, aquellos que alguna vez orgullosamente se paraban como en desfile con sus frondosas ramas y las hojas ya no más de verdes refulgentes, eran ahora emblema de la miseria y sus fuertes tallos se habían reducido hasta convertirse en esqueléticos alambres que temblaban con la brisa y en un último respiro, se quedaban quietos y petrificados, y se volvía tan sólo leña y vetustos restos de lo que alguna vez llamamos vida.
En los últimos días del fin de los días, Cacto vio como Lila decaía. El violeta intenso de sus hermosos pétalos era ahora casi un gris corroído y transparente de hojalata. Se había achicado, y como una viejita se acurrucaba y con cada respiro hacía un esfuerzo sobrenatural para permanecer de pie y no caer.
-Voy a estar bien, voy a estar bien... -habló con un sonido ronco y muy despacio -no te preocupes Cacto, hay que esperar un poco más; siento que la lluvia de primavera ya viene, lo sé, la siento muy cerca, sólo nos queda resistir un poco más.
-No llores Cacto -dijo con la voz casi quebrada -voy a estar bien...voy a estar...
Entonces sintió un tirón desde sus finas raíces, se dobló y gimió en señal de muerte. Finalmente, cayó pesadamente a las piedras, y la flor se cerró en un minúsculo capullo.
Cacto estaba pasmado, fue el mayor sufrir verla así. Le faltaron las palabras, pues no sabía si gritar o llorar. Vio el sitio y vio un valle muerto y tétrico; sólo escuchaba la vil carcajada que al aire traía con su agudo silbido de letal victoria. Fue entonces cuando Cacto decidió lo imposible.
Comenzó con un "CRACK" desde la columna, las dagas afiladas que lo revestían se pusieron en hiesto alteradas por el cambio. El gran cactus se comenzó a tambalear y la fisura ya abierta se extendió en todo su diámetro formando una herida mortal. Rápidamente, el agua acumulada en su interior comenzó a borbotear como sangre; el flujo era imparable pues el corte se había dado desde la base. El líquido corrió entre las piedras y como un manantial de ríos de vino se fue dispersando en todo camino. El agua parecía formar las mismas raíces del cactus en su avance hacia abajo. Se oyó el último "CRACK" y el cactus entero se vino abajo con todo el peso de su forma, dejando en el suelo una pequeñísima parte de la cual aún corría un poco de agua. El gran cactus había muerto. El oprimido se había sacrificado por su amada y por todos los demás, hiriéndose a sí mismo para dar lo que tanto necesitaban.
Dicen las historias que en el lugar donde murió creció un gran brezal como ningún otro, con frondosas y exuberantes ramas llenas de flores de color lila que eran la esencia del árbol. Las aves y los animales hallaron refugio y lar en sus brazos. A lado suyo, fueron creciendo otros árboles al igual de altos y fuertes, y dieron lugar a lo que hoy se conoce como un gran bosque donde viven todo tipo de criaturas porque el mismo bosque es fuente de vida, y lo que alguna vez fue muere es ahora esperanza y abundancia, y regocijo y felicidad.
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